sábado, 30 de julio de 2011

La buena vida en París

Cuando viajas a París, hay visitas obligadas: monumentos, museos, barrios... Pero si ya has estado un par de veces en la ciudad y además te acompaña una amiga que pasa de todo eso y lo que quiere es ir al grano, pues la verdad es que te dejas llevar. Básicamente habíamos viajado a París para disfrutar de la comida y visitar los templos de la alta perfumería. Como éste es principalmente un blog de gastronomía, obviaré las para mí interesantísimas visitas a las tiendas de Serge Lutens, L'Artisan Parfumeur, Penhaligon's, Maison Francis Kurkdjian, Frédéric Malle...
Aparte de croissants, éclairs y la "típica" bollería que no dejé de probar, puedo resaltar dos pastelerías que me encantaron:
Toraya (10 Rue St Florentin, París): tipiquísima pastelería japonesa, con diseño minimalista y presentación cuidada y casi artística de wagashi japoneses. Algunos no puedes ni adivinar de qué están hechos. Tienen dorayaki, daifuku, galletas, etc. Todo acompañado con un delicioso y amargo matcha.


 Los otros dulces típicamente franceses que adoro, y que poco a poco se están haciendo más conocidos en España, son los macarons, pasteles de merengue almendrado rellenos de crema de los más variopintos sabores. Yo me di un orgiástico banquete de los de Jean Paul Hévin (231 Rue Saint-Honoré, París), que estaban francamente como de otro mundo: chocolate negro e higo, naranja y jengibre, mango y cardamomo, pero también los clásicos de limón, trufa, pistacho, y muchos más. Lo ideal para alguien tan indeciso y goloso como yo. Para mí, los macarons son una de las cumbres de la pastelería: aúnan lo refinado con la variedad. Hay otras marcas muy conocidas, como Ladurée o Pierre Hermé. En Madrid hay pocos sitios donde los hagan, y menos aun donde los hagan bien, así que si vais a París, es bocado obligatorio.
A la derecha, macarons variopintos. A la izquierda, dulces marroquíes no menos suculentos.


Rue de la Michodière, París

Si alguna vez vais a París, y como yo, no podéis pasar un par de días sin comer comida oriental, hay una calle cerca de la Ópera llamada Rue de la Michodière, que prácticamente en todo su recorrido tiene restaurantes de toda Asia puerta con puerta. Hay japoneses como los de Japón: de takoyaki (bolas de masa de pulpo), tipo izakaya, bares de suhi, etc.; pero también hay por supuesto chinos, tailandeses, coreanos y entre otros, ¡maravilla!: un camboyano.
Menús baratos, ¡encima!


La comida estaba tan rica que se me olvidó completamente fotografiarla, así que saqué fotos al salir y percatarme de mi despiste. Comimos amok, que es un curry típico de Camboya, más suave que el tailandés y más sabor a coco. Se suele hacer de pescado pero mi amiga Irene lo pidió de pollo. Yo pedí el increíble phở, la sopa de tallarines anchos con ternera, muy típica en Vietnam y posiblemente el plato del que me podría alimentar todos los días si tuviera que limitarme a uno solo. Esta llevaba albóndigas de ternera, un poco gelatinosas pero no por ello menos buenas. El caldo era sabrosísimo.
amok

phở

Lo que sí puedo publicar son un par de fotos de la comida de uno de los japoneses de la calle de la Michodière, ya que naturalmente la visitamos unas cuantas veces:
Menú de gyūdon

ramen

martes, 22 de febrero de 2011

Restaurante Hanakura

El restaurante japonés Hanakura está junto a la Plaza de Olavide (igual que el de mi anterior entrada, aunque no fui el mismo día).
Quise probarlo porque es el primero en Madrid que ofrece okonomiyaki. El okonomiyaki es una especie de tortilla japonesa compuesta de harina, batata, repollo y huevos, que se combinan con ingredientes al gusto del cliente como carne, marisco, cebolletas, etc. Es una especialidad del sur de la isla Honshu (con Hiroshima y Osaka como focos principales), y significa literalmente "fritura a tu gusto".

lunes, 21 de febrero de 2011

Gingerboy, un ratito de Siam en tu casa

En el creciente panorama de restaurantes tailandeses de Madrid, en el que destacaría por supuesto el inmejorable Oam Thong (c/ Corazón de María, 7), también hay uno en versión take-away. Se llama Gingerboy y está junto a la Plaza de Olavide.
Se ha convertido en un vicio compulsivo para mis cenas de domingo, y esto es debido a su precio razonable (que no barato), y naturalmente, sus curries. Os describo:
De entrantes tienen, entre otros platos, dos tipos diferentes de rollitos: los de primavera, relativamente parecidos a los chinos de toda la vida, pero mucho más sabrosos y con una salsa dulce-picante (salsa firecracker, la llaman); por otro lado, están los rollitos vietnamitas, que son lo más parecido a mis adorados gỏi cuốn, rollitos de masa fresca, con mango, pollo, cebolleta, espárragos trigueros y acompañados de salsa que ellos dicen que es nước chấm, pero que en realidad es salsa hoisin mezclada con salsa de cacahuetes. Estos son los entrantes que yo siempre pido, pero aparte tienen sopas y ensaladas, además de satay de pollo y otras delicias.

Rollitos de primavera. Al fondo, zumo de calamansi (limón filipino)

Y los segundos: tienen varios diferentes, entre ellos el indispensable clásico pad thai, o tallarines tailandeses. Pero yo siempre pido alguno de sus curries. Me encanta el curry panang, o el verde (más picante). Se pueden elegir con distintos tipos de carne o vegetarianos.
Los postres son algo más que me gustaría destacar. Son excelentes y saben muy caseros. Por ejemplo: pannacotta de maracuyá con frambuesa o apple crumble pie de manzana y piña con canela, cardamomo y salsa de vainilla y lima. Realmente, donde otros restaurantes flaquean (y muchos más take-aways), aquí Gingerboy triunfa.
Curry panang de pollo con arroz jazmín


La carta parece ir variando cada semestre, según si es más tirando a verano o más tirando a invierno.
Tienen menú del día, que en ocasiones es también fantástico. Hace poco probé una crema de batata y coco que estaba para desmayarse.

Espero que este take-away perdure, porque no sólo es que haga falta tener una alternativa como esta al típico chino de barrio con sus platos estereotipados... ¡es que me he hecho adicto!

sábado, 5 de febrero de 2011

Moulin Chocolat : ¡Chist! No queremos que sea demasiado conocido...

Esta tarde he ido a Moulin Chocolat. Me ha llevado mi amiga Irene, compañera de correrías gourmets, tremendamente versada en delicatessen, y aun más sibarita que yo. Le había comentado que mi dulce favorito de las pastelerías Mallorca son las milhojas de frambuesa; a lo que ella me preguntó si no había probado las de Moulin Chocolat, con crema de ron añejo y vainilla de Tahití. Como hacía años que no iba allí, nos decidimos a darnos el capricho.

mostrador de tentacioncillas



miércoles, 2 de febrero de 2011

火鍋 (huǒ guō), o fondue china

Se pone uno fino
 Hoy celebrábamos el Año Nuevo chino, dando paso al Año del Conejo, y hemos ido a comprar cositas ricas chinas y japonesas, y a comer a un restaurante especializado en fondue china, o huǒ guō. El huǒ guō es un caldero que se pone encima de una especie de estufita de gas, encima de la mesa, y se llena con un caldo al gusto del cliente. Este caldo suele ser doble, es decir, el caldero se divide en dos compartimentos mediante una separación (que a veces le da la forma del yin y el yang). Una de las mitades es un caldo con unos pequeños trozos de verdura, o con algo de carne o pescado si se elige así..., para darle sabor; mientras que la otra mitad es más picante, con guindillas y especias.

Lo divertido del huǒ guō es que se le van añadiendo ingredientes que el cliente elige entre una enorme variedad. Pueden ser setas de diferentes tipos, carne, huevos, o empanadillitas, lo que se te ocurra. Nosotros pedimos un montón de cosas: setas enokitake, setas de madera, tiras de ternera, pak choi, empanadillitas de fécula de patata, piel de tofu (doufǔ pí), huevos de codorniz, coliflor, pasta de arroz, y churros chinos. No sobró nada.

El caso es que vas metiendo los ingredientes, y según se van haciendo, con cuidado de que no se pasen, los vas pescando con los palillos o con unos cucharones, y untando en una salsa de cacahuete. El caldo cada vez va cogiendo más sabor a medida que le vas metiendo ingredientes, y te lo puedes tomar al lado como sopita, si quieres.

domingo, 30 de enero de 2011

Lapsang Souchong, o el té que se bebe del cenicero

Bueno, lo del cenicero es exagerado, pero sí es cierto que la característica principal de esta variedad de té negro es su fuerte sabor ahumado.
Este té, originario de la región de Wuyi en el sureste de China (directamente frente a Taiwan), pero también cultivado en el mismo Taiwan, tiene este característico sabor por su modo de curación, en cestas de bambú puestas encima de hogeras de madera de pino.

El origen es confuso, pero lo más lógico sería pensar que este procedimiento de curación se implantó para acelerar el secado de las hojas de té.
El caso es que hay distintos grados de intensidad de lapsang souchong, algunos con un sabor tan fuerte que parece que algún graciosillo te hubiera echado un rescoldo de chimenea en tu taza de té. Alguna gente lo odia, y a los demás, nos encanta. Pero no te deja indiferente. A mí me recuerda un poco a chuletas con orégano o tomillo asadas encima de una fogata. O al olerlo, me recuerda a la hoguera de un campamento de verano (tampoco es que haya estado en muchos). Y prefiero tomarlo con un poco de leche o leche condensada. Eso suaviza un poco el sabor y le da un dulzor que le pega bien.